Me llamo Tania Garrido y tengo 43 años. Siento que siempre he perseguido la danza mientras esta se me escapaba, como arena, de entre las manos. A los 6 tuve que dejar las clases que tomaba en el centro cultural de al lado de casa porque me clavé una astilla en el glúteo izquierdo. Salir así, en maillot, sangrando calle abajo hacia la casa de socorro, fue lo suficientemente traumatizante para no querer volver a pisar aquel suelo compartido. A los 8 me apunté a ballet. No sé qué me dio más miedo, si la rigidez de la profesora o sus ojos saltones que salían por encima de aquel moño apretado. Sea como fuere, no volví. A los 15 me apunté a los talleres de teatro para jóvenes de La Cuarta Pared donde conocí a Raquel Sanchez, la profesora de cuerpo, la curiosidad se disparó. A los 16 me apunté a Contact Improvisación con Ana Buitrago y encontré mi vocación. A los 18 vi la obra de Elena Córdoba Nuestros rostros, breves como fotos y dije -quiero pasarme la vida haciendo esto. A esa misma edad apliqué para hacer las pruebas de la SNDO en Amsterdam pero declinaron mi solicitud porque había demasiada gente ese año. Probé suerte en la RESAD, por eso de no perder el año. Mientras estudiaba teatro físico en sus grandes instalaciones iba a clases de danza en estudios más modestos. A los 23 tuve mi propia compañía co-dirigida con una amiga, nos gustaba el Butoh y eso hacíamos. Viví dos años en Nueva York, persiguiendo la danza y el teatro. A los 30 quise hacer las pruebas de ingreso en el Conservatorio Superior de Madrid pero me quedé embarazada y decidí que no era el momento. A la vez, mi compañera de compañía decidió dejarlo. Pasé a ser madre a tiempo completo. Poco a poco fui retomando… primero con un solo, luego como intérprete para distintas compañías. A través de la danza he vivido experiencias hermosas y he viajado por cuatro continentes, aún con todo, todavía siento que voy por detrás. Hoy noto que estoy en un periodo de transición. Es momento de recuperar aquel impulso primigenio o morir. De trabajar con lo que hay y darle valor. Volver a la búsqueda, hacia dentro. Celebrar mis éxitos pero, sobre todo, mis fracasos.